Este fragmento lo escribí mientras en Cultura Clásica veían la película Centurión, y me inspiré (al menos eso creo), en cazadores de sombras, juego de tronos y un dibujo de un amigo mío. Allá va:
La hora había llegado. Todos los sacerdotes ya habían acudido, y las estatuillas ceremoniales estaban ya dispuestas al rededor del glifo dorado. El Gran Sacerdote Unix respiró hondo y se colocó en el centro del glifo. A continuación, cada uno de los sacerdotes cogió una estatuilla, hincó una rodilla y extendió los brazos hacia él. Unix se aclaró la garganta y decidió comenzar ya la ceremonia.
-Queridos hermanos-comenzó, con voz solemne-, estamos aquí reunidos para consagrarnos a nuestro nuevo dios, Señor de la Luz y la Oscuridad, de la Creación y la Destrucción, de lo Bueno y lo Malo. ¡Nosotros te llamamos, Temil!-el glifo dorado brilló apenas unos segundos, pero lo justo para que Unix y los otros sacerdotes lo notaran.-Nosotros vamos a ser los que llevemos su luz, los que amaremos a sus criaturas y los que hagamos su paz. Destruiremos este mundo para que Él pueda poblarlo y modelarlo a su antojo, y sus acólitos y nosotros, sus predicadores, ¡expandiremos su culto al resto del mundo!-terminó, gritando.-Pero primero debemos invocarlo, ya que, para él no somos más que unas simples hormigas, pero debemos demostrar lo contrario. Queridos hermanos, ha llegado la hora-dicho esto, se puso a salmodiar en el idioma de los dioses, suplicando al gran Temil que fuera al plano mortal. Los otros sacerdotes soltaron las estatuillas que, sorprendentemente, se quedaron flotando en el aire. Tras esto, se unieron a la salmodia, y las estatuillas fueron dando círculos concéntricos en torno al Gran Sacerdote, que empezó a levitar. Cuando estaban tan cerca de él que éste podría haberlas tocado con el brazo extendido, una luz descendió desde el techo vidriado del templo en el que estaban reunidos, haciendo explotar las estatuillas. La luz dio de lleno en Unix, que cayó al suelo. Los sacerdotes pararon su salmodia, y se miraron unos a otros, sin saber muy bien que hacer. Pero, unos instantes después, Unix volvió a levantarse, aunque había algo en él que había cambiado.
Se movía como si de un títere se tratara, mecánicamente, y casi a trompicones. Y luego estaba su cara. Sus ojos, antes de un tono grisáceo, eran ahora blancos, sin iris ni pupila, y su boca sonreía casi involuntariamente, mostrando unos dientes negros y afilados, convirtiéndola en una sonrisa diabólica. Una sombra cruzaba su cara, y el pelo se le había vuelto de un blanco invernal. Y, cuando habló, a los otros sacerdotes les quedó claro que no era el mismo hombre que les había reunido allí, y empezaron a sentir un miedo casi involuntario, un miedo ancestral por lo que tenían delante de ellos, y por lo que podía llegar a ocurrir.
-Mortales-su voz era astral, de otro tiempo, de otro lugar, de otro ser.-Me presento ante vosotros como vuestro único y verdadero dios, Temil. ¿Qué queréis de mí para osar interrumpir mi descanso eterno?-miró al rededor, pero todos los demás sacerdotes habían enmudecido del miedo.-¿Qué os ocurre, acaso un demonio os ha arrancado la lengua?