FURIA DE DIOSES

                                                        CAPÍTULO I:


Solo podía pestañear. El resto de mi cuerpo estaba completamente paralizado por una fuerza superior a todo lo que había experimentado antes. Una fuerza de dioses. Alrededor mío, cientos de personas también se habían quedado inmóviles. Todos no, había cinco personas que iban avanzando lentamente a lo largo del centro comercial, hasta que se detuvieron delante de una fuente, justo enfrente mío, con lo que pude observarles detenidamente. Eran tres hombres y dos mujeres.
El primero de los hombres, que parecía el líder, no podía superar los cuarenta, y tenía el pelo negro peinado de tal forma que parecía que un puercoespín estuviera anidando en su cabeza. Tenía los ojos negros mortalmente oscuros, y los labios pintados de morado, resaltando así su pálida piel. Vestía una chaqueta negra de motero, unos vaqueros negros con un cinturón que parecía que estuviera hecho de calaveras humanas, y unas botas militares negras.
El siguiente parecía un hombre de no más de veinte años, con pelo castaño oscuro revuelto y una camiseta roja, unos pantalones verdes y zapatillas blancas y rojas, lo cuál parecía de lo más normal. Pero su cara era extraña, y me recordó a un faraón del antiguo Egipto, porque tenía la piel del mismo color dorado, y sus ojos rojizos estaban pintados con kohl. No sonreía, y tenía la mirada y el porte de un rey.
El tercer hombre tenía el pelo de un color rubio muy claro, casi blanco, recogido en una coleta. No aparentaba más de treinta años, y una incipiente barba rubia resaltaba en su pálida piel, con lo que supuse que sería de algún país nórdico. Tenía grandes ojos azules saltones y una fina línea blanco constituía lo que era su boca. Vestía una camisa blanca y unos pantalones de pana negros, junto con unos zapatos del mismo color. Estaba un poco apartado de los demás, fumando un cigarrillo despreocupadamente, pero había algo en él que me ponía nervioso.
Una de las mujeres tenía aspecto indio, ya que tenía la piel oscura, el pelo negro, liso y brillante recogido en una trenza y, sobre todo, el punto rojo pintado en la frente, entre sus dos ojos color avellana. Por alguna razón que estaba fuera de mi alcance, de barbilla para abajo estaba cubierta por una capa de color morado con numerosos motivos indios de un color fucsia. Estaba sentada en la fuente, mirando el agua caer.
La otra mujer era menuda, pero era la más siniestra y oscura de las personas allí presente. Tenía el pelo negro y largo por debajo de la cintura, y una cara redonda y un tanto infantil, con labios carnosos y orejas puntiagudas. Sus ojos, rasgados, eran dos pozos negros, sin iris, solo un dolor y una oscuridad infinitos. Vestía un sencillo vestido blanco e iba descalza, con lo que me recordó a una niña pequeña fantasma que vi en una película de miedo hace poco. Estaba de pie encima de la fuente, y avanzaba por el borde sin caerse, como si fuera una niña pequeña. Pero tenía la sensación de que no lo era. De hecho, ninguno de los cinco me parecía un ser humano normal. Eran superiores, algo que no se me habría pasado por la cabeza. Algo imposible.
-Saludos, mortales-empezó a decir el líder, al mismo tiempo que los otros cuatro dejaban lo que estaban haciendo y se apresuraban a unirse a él. Su voz era de ultratumba, pero a la misma vez apenas un susurro, como si temiera despertar a los muertos.-Vosotros sois muy afortunados, porque vais a presenciar nuestra furia, en vez de sufrirla. Durante siglos hemos estad renegados, apartados o rechazados por nuestros iguales. Siempre hemos querido vengarnos, destruirlos, machacarlos...¡Y por fin lo podemos hacer!-de repente, su voz cambió hasta convertirse en la de una señorita de los autobuses turísticos.-Por favor, si quieren preguntar cualquier cosa, pestañeen dos veces seguidas.
Yo me había quedado helado. Solo había dos explicaciones a lo que estaba pasando, o bien estaban locos o...Tampoco entendía como nadie podía moverse, y tenía que asegurarme. Así que me armé de valor y pestañeé dos veces seguidas.
-¿Sí?-dijo el hombre del puercoespín en la cabeza, y después noté como se relajaba la tensión en torno a mis cuerdas vocales y mis músculos faciales y pude hablar.
-¿Quienes sois y qué queréis hacer con nosotros?-pregunté con voz temblorosa.
-Buena pregunta, Samuel-me respondió.
-¿Cómo...?-empecé a preguntar, pero una fuerza me impidió hablar de nuevo. El líder se volvió hacia sus compañeros.
-¡Qué desconsiderados hemos sido, chicos!-luego se volvió de nuevo.-Bueno, primero me presentaré yo. Soy Hades, señor del inframundo griego y hermano del todopoderoso Zeus-dijo esto último con un tono de burla en la voz.-Colegas, vuestro turno-el faraón egipcio dio un paso hacia delante.
-Mi nombre es Set-dijo, pronunciando cada palabra lentamente, y con un deje de superioridad en su voz.-Soy el dios egipcio de la fuerza bruta, de lo tumultoso, lo incontenible, la sequía y el desierto, además de señor de lo que no es bueno y las tinieblas, y hermano de Osiris.-A continuación, el joven que antes estaba fumando adelantó otro tanto.
-Yo-su voz era gélida, tanto, que un azote de frío me recorrió el cuerpo,-soy Loki, hijo de los gigantes Farbauti y Laufey y hermano adoptivo del despreciable Thor, además del dios nórdico timador-justo cuando Loki terminó de hablar, la mujer india se quitó la capa, dejando al descubierto un traje muy corto que dejaba ver su piel desnuda y dos pares de brazos cubiertos de abalorios.
-Kali me llamo yo-empezó, su voz sonaba con un ligero eco, como si hubiese dos personas hablando por una sola boca.-Soy la diosa de la muerte india, la shakti de Shiva y una diosa destructora-solo quedaba la niña japonesa.
-Yo me llamo Izanami-su voz era terrorífica, se te metía entre los huesos y te llegaba hasta lo más profundo del alma.-Creé el mundo junto a mi marido Izanagi, aunque me suelen considerar más bien la diosa de la muerte japonesa-dijo esto último con un siseo, casi inaudible.
-Calladita estás más guapa-bromeó Hades, aunque le temblaba la voz.-En cuanto a lo que vamos a hacer con vosotros, tranquilos, ¡no os vamos a matar! Por lo menos no ahora-añadió pensando en voz alta a propósito para que le escucháramos.-Hemos decidido convertir este centro comercial en nuestra base y vosotros formaréis nuestro ejército. Ahora, mi compañero Set os conducirá a vuestras habitaciones.-Cuando terminó de decir esto, Set empezó a levitar en el aire y movió los brazos en dirección a una tienda de muebles. A continuación, la mitad de la gente empezó a entrar en esa tienda. Después, Set movió el brazo hacia otra tienda de muebles, y la otra mitad que quedaba nos desplazamos hacia allí. Una vez dentro, se empezaron a formar paredes alrededor de cada simulación de las habitaciones de las casas, y  se crearon puertas con números. Las personas, controladas por Set, fueron entrando cada una en una habitación, incluido yo. Justo tras pasar por la puerta, la inmovilidad desapareció de mi ser. Intenté entonces abrir la puerta, pero solo logré descubrir que la habían cerrado desde fuera. Entonces miré a mi alrededor.
Me encontraba en una recreación de un porche, con césped artificial y una plataforma de baldosas de terracota donde descansaba una tumbona de madera roja y una sencilla barbacoa. En el jardín había un cortacésped y un cajón de arena. Mis captores habían sido tan amables de colocar un váter en medio de éste, y unas mantas encima de la tumbona. Tres de las cuatro paredes estaban decoradas como una verja y un trozo de cielo azul, y la cuarta, donde se encontraba la puerta, simulaba la fachada de una casa. Me senté en la tumbona y me puse a pensar en lo que había cambiado mi vida en apenas unas horas. Cerré los ojos, y empecé a recordar...


                                                                                     CAPÍTULO II:

El Cheltenhalm Square Mall estaba en Stenton, Filadelfia, justo donde yo vivía, con lo que me venía de perlas. Ese día iba a hacer unas compras, entre ellas el regalo de cumpleaños de mi padre, Harry Hosteller, y, algo que nunca creía que iba a pasar, un traje para mi cita de esa noche. Sonreí a mí mismo. Esa mañana, en la universidad, una chica de mi clase, Rose Hewitt, me había pedido salir y yo, como un tonto, le había dicho que sí, sin pensar en que no tenía nada que ponerme para la cita, que iba a ser en un restaurante, ya que el último traje que me puse fue el de mi comunión, hace ya nueve años, y habré crecido algo desde entonces. Bueno, el caso es que, al salir de la tienda de trajes, recibí una llamada de mi hermana mayor Natalie.
-¿Qué pasa, Nat?-pregunté al descolgar el teléfono.
-¿Dónde estás?
-En el Centro, ¿por?
-¡Perfecto! Salgo del trabajo en veinte minutos, espérame en la plaza de la fuente y vamos a comprarle algo a papá.
-Pero yo ya le he comprado algo...
-Pero yo no y, además, hace mucho que no hablamos. Bueno, te veo en media hora, ¿vale?
-Va.
Después había ido a la plaza y el resto, como suele decirse, es historia.




Estuve varias horas allí, sentado en la tumbona, pensando en mis cosas, hasta que se abrió la puerta. Eché enseguida a correr, pero el cuerpo se me volvió a paralizar. Por la puerta entró un esqueleto viviente, vestido como una camarera y con una bandeja de plata entre sus manos. Sobre la bandeja descansaban unos trozos de bacon y unas patatas fritas, aparte de un vaso de agua y cubiertos, todos ellos sin punta, observé. El esqueleto puso todo el contenido de la bandeja encima de la barbacoa, me saludó con la mano y salió por la puerta, cerrándola. Justo en el instante en el que la puerta se cerró, yo me pude mover de nuevo. Arrastré la tumbona hasta la barbacoa y me empecé a tomar la comida. Una vez terminado, fui hasta el arenero, meé y me volví a tumbar en la tumbona. La comida me había adormecido, y los ojos se me fueron cerrando poco a poco...
Un sonido de bocina me despertó. De la sorpresa me caí  de la tumbona, y me golpeé el costado contra el frío suelo. De repente, mi cuerpo volvió a ser controlado por una fuerza extraña, y me levanté y anduve hacia la puerta. La abrí como si no hubiera estado nunca cerrada, y observé como, a mi lado, multitud de personas iban fuera de la tienda hacia la plaza. Yo hice lo mismo y, al llegar a la plaza, observé que los cinco dioses estaban subidos a la fuente, y las demás personas se estaban arremolinándose a su alrededor. Cuando ya llegamos todos, Hades empezó a hablar.
-Como ya os dije ayer, durante estos próximos meses os entrenaremos para formaros como soldados. En cuanto a vuestras familias, que os veo inquietos, los que no estaban en la plaza en el momento que se produjo el ataque fueron desintegrados. Los que no estaban en el centro comercial creen que estáis muertos, ya que al parecer hubo un incendio aquí y murieron todos los que estaban dentro. Ahora es un edificio abandonado y también os hemos confiscado los aparatos móviles, así que no podéis llamar pidiendo ayuda.-Hizo una pausa, y sonrió al ver que todos los asistentes nos habíamos puesto blancos o tratábamos de contener las lágrimas, impotentes.-Dicho eso, pasemos a lo importante. Para los entrenamientos formaréis cinco escuadrones, cada uno representando a un dios. Además, serán los mismos escuadrones que habrá cuando formemos el ejército. Bien, en vuestros bolsillos encontraréis un número.-Noté como mi mano bajaba hasta mi bolsillo y cogía un papelito con un número escrito, el cuatro.-Los que tengan el número uno entrenarán conmigo, el dos con Set, el tres con Loki, el cuatro con Kali, y el cinco con Izanami. Ahora, id tras ellos.-Hades se quedó en la fuente, mientras que Set voló hacia la salida oeste, Loki hacia el norte, Kali hacia el sur e Izanami hacia el este. Mis piernas se dirigieron hacia el sur junto con un quinto de las personas. Seguimos andando un trecho hasta llegar a un dojo de judo. Allí había colocadas miles de armas diseñadas para matar, de todas las formas, colores y tamaños. Kali se colocó en el centro y los demás nos colocamos en torno a ella.
-Bueno, mi querido escuadrón-empezó con su extraña voz doble.-Antes de nada tenéis que saber que soy la diosa india de la guerra, con lo que estáis en buenas manos. Aquí, durante los próximos meses, aprenderéis todo sobre el arte de la guerra, para poder formar un ejército y así acabar con  los infames dioses que nos odian. Cuando estéis preparados, mi compañero os hará beber un concentrado que os convertirá en semidioses capaces de destruir continentes. Bueno, ahora comencemos-dijo, y a continuación nos lanzó varias armas a cada uno. Y así fue como empezaron los siguientes dos meses de mi vida.

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