Veía a su madre cocinar mientras tatareaba una melodía. Aprovechando que no le había oído entrar, se acercó hacia ella y le dio un abrazo. Su madre soltó un gritito y se rió.
-¡Pero bueno!
-¡Hola mamá!-saludó alegremente Siuri.-¿Dónde está Mianne?
-Está arriba, preocupándose por el baile de esta noche-le respondió su madre, volviendo a la cocina. Siuri asintió y comenzó a subir las escaleras que daban al piso de arriba. Al igual que los fuegos artificiales, esa noche se celebraba un baile para los que iban al instituto. Su hermana había conseguido que el chico del que llevaba enamorada desde preescolar, Shiv Dument, le acompañara al baile, y estaba muy nerviosa.
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No podía creerlo. Lo que se extendía ante mis ojos no se parecía en nada a lo que me esperaba al abrir la puerta de mi pisito en Bangkok. De hecho, ni siquiera era un espacio cerrado.
Una pradera de hierba rojiza y suaves colinas se extendía ante mí. Encima, un cielo de un azul crepúsculo sin nubes, y un sol blanco brillando. A lo largo de la pradera se encontraban unos animales con cuerpo de búfalo, cabeza de vaca y cuernos de carnero, recubiertos por un grueso pelaje verdoso.
-¿Qué...-empecé a decir, pero alguien entró en mi campo visual. Tenía la tez oscura, y cabellos blancos cortos. Sus ojos eran pequeños y rojos, tenía labios carnosos y una fuerte mandíbula, aparte de una nariz chata. Llevaba un chaleco hecho de la piel verdosa de los extraños animales que dejaba ver su pecho desnudo y unos pantalones de arpillera. Iba descalzo. Al verme se quedó mirándome, extrañado (claro, llevaba mi traje y mi maletín) y me empezó a hablar en un idioma extraño.
-Disculpe señor, pero no entiendo lo que me está diciendo-le dije en perfecto tailandés. El hombre se adelantó y me tocó el hombro con los dedos índice y corazón.
-Klupp-dijo. Supuse que era una especie de saludo e hice lo mismo.
-Wanchaka-dije, tocándole el hombro de la misma forma. Él entonces me dijo algo en el idioma que yo desconocía y golpeó mi maletín con el pie.
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-No había escapatoria. Los bandidos nos pillaron por sorpresa y
nos dejaron fuera de combate en cuestión de minutos. Cuando
recuperamos el conocimiento, la princesa Suanna yo no estaba. Los
siento Su Majestad-Rodnick, de la guardia real, levantó la cabeza
para mirar al rey, que se notaba visiblemente afectado. Aun así,
supo ,mantener la compostura.
-No os lamentéis así, querido Rodnick. No podriáis haber hecho
nada. Además, el camino era seguro y no se esperaban bandidos.
-Hay otra cosa que se me ha olvidado comentarle, Su Majestad. Esos
bandidos no eran normales. Estoy seguro de que se trataban de
auténticos profesionales. Además, me fijé en que todos lucían el
emblema de una torre derruida.-De repente, la cara del rey se
enrojeció y montó en cólera.
-¡Ese es el emblema de Gnoff! ¡Ese sucio canalla! ¡Id ahora
mismo a recuperar a mi hija!
-Señor, ten en cuenta que podría ser una trampa-le aconsejó,
preocupado, Rodnick.
-Tienes razón-dijo el rey, ya más calmado. -Pero no puedo dejar
a mi hija en manos de esa sabandija.
-Si me lo permite, Su Majestad, mi segundo y yo ya hemos elaborado
un plan. Enviaremos a tres hombres para que se infiltren en el
castillo de Lord Gnoff y, cuando estén seguros de que la princesa se
encuentre allí, nos avisarán.
-Buena idea, comandante Rodnick. Si me lo permite, me gustaría
conocerlos en persona antes de que se vayan. ¿Se encuentran aquí?
-Pues da la casualidad de que sí, Su Excelencia-Rodnick se dio la
vuelta hacia donde estaban sus soldados.-¡Fink, Consya, Melar, venid
aquí!-al momento, tres soldados se movieron y avanzaron al frente.
El rey se detuvo un momento a mirarles.
Los tres vestían la armadura propia de la Guardia Real, blanca y
dorada, con el emblema de un árbol dorado en el escudo. La primera
figura era femenina, de pelo rizadi rojizo, ojos verde hierba y cutis
claro. A pesar de la delicadeza de su rostro, mostraba una expresión
dura y marcial.
La figura del medio era el doble de ancha y alta que la anterior.
Tenía la cabeza gorda, con papada, poco pelo grisáceo y ojos
pequeños negros.
Por último, la figura que quedaba era la más baja y delgada, un
joven con una edad no superior a los veinte años, cara infantil,
pelo rubio rojizo despeinado y ojos azules oscuros grandes y de
largas pestañas, además de múltiples pecas.
-¿Me los puedes presentar por favor,
Rodnick?-le preguntó, intrigado por como eran los guerreros.
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La hora había llegado. Todos los sacerdotes ya habían acudido, y las estatuillas ceremoniales estaban ya dispuestas al rededor del glifo dorado. El Gran Sacerdote Unix respiró hondo y se colocó en el centro del glifo. A continuación, cada uno de los sacerdotes cogió una estatuilla, hincó una rodilla y extendió los brazos hacia él. Unix se aclaró la garganta y decidió comenzar ya la ceremonia.
-Queridos hermanos-comenzó, con voz solemne-, estamos aquí reunidos para consagrarnos a nuestro nuevo dios, Señor de la Luz y la Oscuridad, de la Creación y la Destrucción, de lo Bueno y lo Malo. ¡Nosotros te llamamos, Temil!-el glifo dorado brilló apenas unos segundos, pero lo justo para que Unix y los otros sacerdotes lo notaran.-Nosotros vamos a ser los que llevemos su luz, los que amaremos a sus criaturas y los que hagamos su paz. Destruiremos este mundo para que Él pueda poblarlo y modelarlo a su antojo, y sus acólitos y nosotros, sus predicadores, ¡expandiremos su culto al resto del mundo!-terminó, gritando.-Pero primero debemos invocarlo, ya que, para él no somos más que unas simples hormigas, pero debemos demostrar lo contrario. Queridos hermanos, ha llegado la hora-dicho esto, se puso a salmodiar en el idioma de los dioses, suplicando al gran Temil que fuera al plano mortal. Los otros sacerdotes soltaron las estatuillas que, sorprendentemente, se quedaron flotando en el aire. Tras esto, se unieron a la salmodia, y las estatuillas fueron dando círculos concéntricos en torno al Gran Sacerdote, que empezó a levitar. Cuando estaban tan cerca de él que éste podría haberlas tocado con el brazo extendido, una luz descendió desde el techo vidriado del templo en el que estaban reunidos, haciendo explotar las estatuillas. La luz dio de lleno en Unix, que cayó al suelo. Los sacerdotes pararon su salmodia, y se miraron unos a otros, sin saber muy bien que hacer. Pero, unos instantes después, Unix volvió a levantarse, aunque había algo en él que había cambiado.
Se movía como si de un títere se tratara, mecánicamente, y casi a trompicones. Y luego estaba su cara. Sus ojos, antes de un tono grisáceo, eran ahora blancos, sin iris ni pupila, y su boca sonreía casi involuntariamente, mostrando unos dientes negros y afilados, convirtiéndola en una sonrisa diabólica. Una sombra cruzaba su cara, y el pelo se le había vuelto de un blanco invernal. Y, cuando habló, a los otros sacerdotes les quedó claro que no era el mismo hombre que les había reunido allí, y empezaron a sentir un miedo casi involuntario, un miedo ancestral por lo que tenían delante de ellos, y por lo que podía llegar a ocurrir.
-Mortales-su voz era astral, de otro tiempo, de otro lugar, de otro ser.-Me presento ante vosotros como vuestro único y verdadero dios, Temil. ¿Qué queréis de mí para osar interrumpir mi descanso eterno?-miró al rededor, pero todos los demás sacerdotes habían enmudecido del miedo.-¿Qué os ocurre, acaso un demonio os ha arrancado la lengua?
-Queridos hermanos-comenzó, con voz solemne-, estamos aquí reunidos para consagrarnos a nuestro nuevo dios, Señor de la Luz y la Oscuridad, de la Creación y la Destrucción, de lo Bueno y lo Malo. ¡Nosotros te llamamos, Temil!-el glifo dorado brilló apenas unos segundos, pero lo justo para que Unix y los otros sacerdotes lo notaran.-Nosotros vamos a ser los que llevemos su luz, los que amaremos a sus criaturas y los que hagamos su paz. Destruiremos este mundo para que Él pueda poblarlo y modelarlo a su antojo, y sus acólitos y nosotros, sus predicadores, ¡expandiremos su culto al resto del mundo!-terminó, gritando.-Pero primero debemos invocarlo, ya que, para él no somos más que unas simples hormigas, pero debemos demostrar lo contrario. Queridos hermanos, ha llegado la hora-dicho esto, se puso a salmodiar en el idioma de los dioses, suplicando al gran Temil que fuera al plano mortal. Los otros sacerdotes soltaron las estatuillas que, sorprendentemente, se quedaron flotando en el aire. Tras esto, se unieron a la salmodia, y las estatuillas fueron dando círculos concéntricos en torno al Gran Sacerdote, que empezó a levitar. Cuando estaban tan cerca de él que éste podría haberlas tocado con el brazo extendido, una luz descendió desde el techo vidriado del templo en el que estaban reunidos, haciendo explotar las estatuillas. La luz dio de lleno en Unix, que cayó al suelo. Los sacerdotes pararon su salmodia, y se miraron unos a otros, sin saber muy bien que hacer. Pero, unos instantes después, Unix volvió a levantarse, aunque había algo en él que había cambiado.
Se movía como si de un títere se tratara, mecánicamente, y casi a trompicones. Y luego estaba su cara. Sus ojos, antes de un tono grisáceo, eran ahora blancos, sin iris ni pupila, y su boca sonreía casi involuntariamente, mostrando unos dientes negros y afilados, convirtiéndola en una sonrisa diabólica. Una sombra cruzaba su cara, y el pelo se le había vuelto de un blanco invernal. Y, cuando habló, a los otros sacerdotes les quedó claro que no era el mismo hombre que les había reunido allí, y empezaron a sentir un miedo casi involuntario, un miedo ancestral por lo que tenían delante de ellos, y por lo que podía llegar a ocurrir.
-Mortales-su voz era astral, de otro tiempo, de otro lugar, de otro ser.-Me presento ante vosotros como vuestro único y verdadero dios, Temil. ¿Qué queréis de mí para osar interrumpir mi descanso eterno?-miró al rededor, pero todos los demás sacerdotes habían enmudecido del miedo.-¿Qué os ocurre, acaso un demonio os ha arrancado la lengua?
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