-No os lamentéis así, querido Rodnick. No podriáis haber hecho nada. Además, el camino era seguro y no se esperaban bandidos.
-Hay otra cosa que se me ha olvidado comentarle, Su Majestad. Esos bandidos no eran normales. Estoy seguro de que se trataban de auténticos profesionales. Además, me fijé en que todos lucían el emblema de una torre derruida.-De repente, la cara del rey se enrojeció y montó en cólera.
-¡Ese es el emblema de Gnoff! ¡Ese sucio canalla! ¡Id ahora mismo a recuperar a mi hija!
-Señor, ten en cuenta que podría ser una trampa-le aconsejó, preocupado, Rodnick.
-Tienes razón-dijo el rey, ya más calmado. -Pero no puedo dejar a mi hija en manos de esa sabandija.
-Si me lo permite, Su Majestad, mi segundo y yo ya hemos elaborado un plan. Enviaremos a tres hombres para que se infiltren en el castillo de Lord Gnoff y, cuando estén seguros de que la princesa se encuentre allí, nos avisarán.
-Buena idea, comandante Rodnick. Si me lo permite, me gustaría conocerlos en persona antes de que se vayan. ¿Se encuentran aquí?
-Pues da la casualidad de que sí, Su Excelencia-Rodnick se dio la vuelta hacia donde estaban sus soldados.-¡Fink, Consya, Melar, venid aquí!-al momento, tres soldados se movieron y avanzaron al frente. El rey se detuvo un momento a mirarles.
Los tres vestían la armadura propia de la Guardia Real, blanca y dorada, con el emblema de un árbol dorado en el escudo. La primera figura era femenina, de pelo rizadi rojizo, ojos verde hierba y cutis claro. A pesar de la delicadeza de su rostro, mostraba una expresión dura y marcial.
La figura del medio era el doble de ancha y alta que la anterior. Tenía la cabeza gorda, con papada, poco pelo grisáceo y ojos pequeños negros.
Por último, la figura que quedaba era la más baja y delgada, un joven con una edad no superior a los veinte años, cara infantil, pelo rubio rojizo despeinado y ojos azules oscuros grandes y de largas pestañas, además de múltiples pecas.
-¿Me los puedes presentar por favor,
Rodnick?-le preguntó, intrigado por como eran los guerreros.