16 nov 2013

FURIA DE DIOSES CAPITULO II

El Cheltenhalm Square Mall estaba en Stenton, Filadelfia, justo donde yo vivía, con lo que me venía de perlas. Ese día iba a hacer unas compras, entre ellas el regalo de cumpleaños de mi padre, Harry Hosteller, y, algo que nunca creía que iba a pasar, un traje para mi cita de esa noche. Sonreí a mí mismo. Esa mañana, en la universidad, una chica de mi clase, Rose Hewitt, me había pedido salir y yo, como un tonto, le había dicho que sí, sin pensar en que no tenía nada que ponerme para la cita, que iba a ser en un restaurante, ya que el último traje que me puse fue el de mi comunión, hace ya nueve años, y habré crecido algo desde entonces. Bueno, el caso es que, al salir de la tienda de trajes, recibí una llamada de mi hermana mayor Natalie.
-¿Qué pasa, Nat?-pregunté al descolgar el teléfono.
-¿Dónde estás?
-En el Centro, ¿por?
-¡Perfecto! Salgo del trabajo en veinte minutos, espérame en la plaza de la fuente y vamos a comprarle algo a papá.
-Pero yo ya le he comprado algo...
-Pero yo no y, además, hace mucho que no hablamos. Bueno, te veo en media hora, ¿vale?
-Va.
Después había ido a la plaza y el resto, como suele decirse, es historia.




Estuve varias horas allí, sentado en la tumbona, pensando en mis cosas, hasta que se abrió la puerta. Eché enseguida a correr, pero el cuerpo se me volvió a paralizar. Por la puerta entró un esqueleto viviente, vestido como una camarera y con una bandeja de plata entre sus manos. Sobre la bandeja descansaban unos trozos de bacon y unas patatas fritas, aparte de un vaso de agua y cubiertos, todos ellos sin punta, observé. El esqueleto puso todo el contenido de la bandeja encima de la barbacoa, me saludó con la mano y salió por la puerta, cerrándola. Justo en el instante en el que la puerta se cerró, yo me pude mover de nuevo. Arrastré la tumbona hasta la barbacoa y me empecé a tomar la comida. Una vez terminado, fui hasta el arenero, meé y me volví a tumbar en la tumbona. La comida me había adormecido, y los ojos se me fueron cerrando poco a poco...
Un sonido de bocina me despertó. De la sorpresa me caí  de la tumbona, y me golpeé el costado contra el frío suelo. De repente, mi cuerpo volvió a ser controlado por una fuerza extraña, y me levanté y anduve hacia la puerta. La abrí como si no hubiera estado nunca cerrada, y observé como, a mi lado, multitud de personas iban fuera de la tienda hacia la plaza. Yo hice lo mismo y, al llegar a la plaza, observé que los cinco dioses estaban subidos a la fuente, y las demás personas se estaban arremolinándose a su alrededor. Cuando ya llegamos todos, Hades empezó a hablar.
-Como ya os dije ayer, durante estos próximos meses os entrenaremos para formaros como soldados. En cuanto a vuestras familias, que os veo inquietos, los que no estaban en la plaza en el momento que se produjo el ataque fueron desintegrados. Los que no estaban en el centro comercial creen que estáis muertos, ya que al parecer hubo un incendio aquí y murieron todos los que estaban dentro. Ahora es un edificio abandonado y también os hemos confiscado los aparatos móviles, así que no podéis llamar pidiendo ayuda.-Hizo una pausa, y sonrió al ver que todos los asistentes nos habíamos puesto blancos o tratábamos de contener las lágrimas, impotentes.-Dicho eso, pasemos a lo importante. Para los entrenamientos formaréis cinco escuadrones, cada uno representando a un dios. Además, serán los mismos escuadrones que habrá cuando formemos el ejército. Bien, en vuestros bolsillos encontraréis un número.-Noté como mi mano bajaba hasta mi bolsillo y cogía un papelito con un número escrito, el cuatro.-Los que tengan el número uno entrenarán conmigo, el dos con Set, el tres con Loki, el cuatro con Kali, y el cinco con Izanami. Ahora, id tras ellos.-Hades se quedó en la fuente, mientras que Set voló hacia la salida oeste, Loki hacia el norte, Kali hacia el sur e Izanami hacia el este. Mis piernas se dirigieron hacia el sur junto con un quinto de las personas. Seguimos andando un trecho hasta llegar a un dojo de judo. Allí había colocadas miles de armas diseñadas para matar, de todas las formas, colores y tamaños. Kali se colocó en el centro y los demás nos colocamos en torno a ella.
-Bueno, mi querido escuadrón-empezó con su extraña voz doble.-Antes de nada tenéis que saber que soy la diosa india de la guerra, con lo que estáis en buenas manos. Aquí, durante los próximos meses, aprenderéis todo sobre el arte de la guerra, para poder formar un ejército y así acabar con  los infames dioses que nos odian. Cuando estéis preparados, mi compañero os hará beber un concentrado que os convertirá en semidioses capaces de destruir continentes. Bueno, ahora comencemos-dijo, y a continuación nos lanzó varias armas a cada uno. Y así fue como empezaron los siguientes dos meses de mi vida.

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